Muchas veces oigo a los intelectuales quejarse de los intelectuales. Se resienten ante la imagen de ellos mismos, y por eso, necesitan cambiar el amor por otra emoción menos riesgosa, algo que los mantenga salvaguardados en su acaudalada distancia teórica.
Paradójicamente, ocurre lo mismo con los “sensibleros”, los “fanáticos”, los “mediocres”, las “minorías” etc. Personas que en general no toleran o sienten el "acoso" del prójimo y lo traducen a través de su recelo o carencia, como ofensa intencional, personalizada. Generan de este modo "rivales" a los que contrariar. En ese tipo de "competencia" tampoco admiten a quienes no estén a la altura de las mismas. Entonces, a partir de pequeñas chispas inician hogueras o sencillamente se pierden en el prejuicioso frio de la indiferencia.
Siempre supuse que el humor podía limar esas asperezas, pero resulta que el humor también puede percibirse tan agresivo como humillante según la interpretación de cada ser, su entorno e historia.
Conclusión: Tarde o temprano, el espejo de la vida nos devuelve lo que dimos.
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