Cuando el respeto (no por norma moral, sino, con humildad y reconocimiento) se convierte en acciones concretas, claras y evidentes, se transforma también, en tolerancia, paciencia, empatía, amor. Entonces, deja de ser una virtud pasada de moda, para convertirse en un lugar físico; una plaza, por donde se pasean en buen término todo tipo de relaciones.
Parece una obviedad, pero es imposible no respetar a quien nos respeta. Hagan la prueba, no exijan respeto, bríndenlo sin excusas ni autoritarismos (A: los ancianos, los pobres, los empleados, los jefes, los ricos, los que piensan o hacen diferente, los de abajo, los de arriba, los del medio, los del costado, a las tradiciones, las historias, la cultura, las costumbres, a los animales, al propio cuerpo de ustedes, si, a ustedes mismos, también a las plantas y sobre todo a los niños), y poco a poco, ese accionar, se convierte en el campo que rodea a la persona respetuosa, por sobre el cual, deberán atravesar cada uno de los seres, que desee acercarse.
Lo cortés, no quita lo valiente, ni lo oportuno ni lo audaz.