Hay quien dijo que nuestra capacidad de amar corresponde a la idea de finitud que le otorgamos a los hechos y a las cosas.
Pero, en mi caso, no pretendo que “el amor“sea eterno, ni que la espera sea eterna, tampoco creo que la muerte pueda ser eterna.
Tanto podría hablar de la eternidad que casi podría hacerlo eternamente, por eso voy a intentar alcanzarla sin palabras. Con un beso o un abrazo. Algo fuera del cerebro que resulte eterno.
Porque urdido en la infinidad inagotable de la palabra eterno, no encuentro un límite que no sea el del instante, el del momento único. La extraña solución a la eternidad es sentirla realmente, sentirla fuera del tiempo, sentirla en ese relámpago y que dure para siempre.