Siglos de dogmas

Teniendo alimento nutritivo de sobra en mi propia cocina, fui caprichosamente al almacén de la esquina a comprar algo que satisfaga la alcurnia de mi antojo.
A los pocos metros de abandonar mi casa, un hombre de aspecto sucio, me pidió dos pesos para comprarse algo de comer. Sin pensarlo demasiado se lo di, dado que si me detenía a reflexionarlo, probablemente lo hubiera molestado con algún discurso moral.
Automáticamente, el tipo me dijo: Gracias, que Dios te bendiga. Gracias hermano, Dios te tenga en su gloria. Dios sea contigo. Gracias, gracias, gracias.
Sinceramente, por un segundo pensé que había depositado mi inversión en manos de un sanyasin, cuyas plegarias y bendiciones obtendrían generosos frutos. Luego, mi ego se disipó y la manía por imaginar y relacionar históricamente cualquier hecho, se percató de la verdad del silencio, y antes de llegar al almacén, pensé: ¡¡¡Qué grande este tipo, por dos pesos te ofrece a Dios, qué sabio, qué humilde, qué barato, no exigió mi alma, mi fe, mi descendencia!!!

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Canto, desesperadamente canto/ con voz de tinta y letra de agonía/ rota por dentro, loca por fuera." Maria Elena Walsh

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