Fruto de la ilusión

“La felicidad perfecta no existe, y el mayor consuelo consiste en saber que la infelicidad perfecta tampoco.”

Las valoraciones, por sobre lo que a alguien le falta (o yo considero que así es), no sólo terminan siendo amplificadores de inestabilidad, ansiedad, miedo, depresión, angustia. Sino que provocan el desequilibrio de en demonizar a las personas, y a partir de esa conclusión tan reduccionista, no interpelarse a sí mismo, sino, siempre acusar al otro.
Lo opuesto entonces, también sucede. Se idealiza al amar, y es precisamente el resultado de esa frustración, lo que genera la decepción.
Es un refugio inteligente, para quien necesite convencimientos, aunque demasiado dual para los que se contemplan en los demás. Se adquiere inconscientemente, por costumbre, lo practican: madres, padres, amigos, hermanos, tíos, abuelos, novios, primos, jefes, amantes, etc., y así sucesivamente, hasta que uno mismo no tiene más remedio que caer en la tentación, total motivos sobran.
Hay gente que repite ese esquema toda su vida, sólo va cambiando de demonio o de dios, como de figurita, siempre encontrará las razones, todos las brindamos, a partir de allí no reparará en su propio error, es más fácil reconocer el ajeno. Negarle al otro la posibilidad de contradicción, de fracaso, de aprendizaje, es el inicio de una relación violenta que anula la condición primaria del verdadero amor.

-¿Cuántas veces deberé perdonar a mi hermano?
- Hasta setenta veces siete.

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Canto, desesperadamente canto/ con voz de tinta y letra de agonía/ rota por dentro, loca por fuera." Maria Elena Walsh

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